Hay dos cualidades que distinguen estos diarios de otros que se publican hoy en día en España: el tono y la libertad. No hay en la escritura de Abreu ni la intención de trascendencia cursi, ni el sometimiento a los juicios ajenos. Abreu vive en su escritura, y vive en libertad y escribe con libertad absoluta.
Abreu es para Cuba lo que su admirado Bernhard fue para Austria; Juan Goytisolo, para España; lo que Fernando Vallejo es para Colombia; y Castellanos Moya, para El Salvador: una voz implacable, despiadada, pero imprescindible por su talante crítico. Dueño de una prosa impecable, exenta de lugares comunes y sofisticaciones gratuitas, con estas Emanaciones Abreu alcanza lo que se considera el estado óptimo del escritor: su bestialización.
Para mí es evidente: por mucho que las emanaciones se ocupen de lo cotidiano, lo circunstancial, lo contingente, su peso es el de la escritura de un hombre, un hombre que se escribe a sí mismo. Luego, cuando lees las emanaciones, lo que estás leyendo es la suerte y el destino de un hombre, la carne misma de la literatura.