Este libro, más allá de ser un digno gesto solidario con Luis Manuel, se entiende como una acción de amor hacia Cuba. Entre sus páginas, escritores, intelectuales, historiadores, artistas visuales, curadores, y activistas de la comunidad LGBTIQ+, amplifican un sentir intergeneracional sobre la terrible situación del país.
A Luis Manuel le debemos, cuando menos, dos cosas: la restitución de un diálogo crítico con el poder y sus narraciones hegemónicas; y haberle dado nitidez al peor rostro del censor totalitario.
¿Por qué, para el Estado, las acciones simbólicas de un artista resultan tan intolerables? ¿Por qué se empeña en silenciarlas? ¿Por qué un artista negro, que no estudió en escuelas de arte ni pertenece al sistema estatal de control de creadores, nacido en un barrio pobre, representa una amenaza?
Destruir a Luis Manuel Otero es crear un mártir.