Imaginen a un hombre desnudo en una piscina hockneyiana. Así es la escritura de Juan Abreu en estas Emanaciones: libre, sensual, viril y verdadera. Como él.

Este es un hombre que salió en bote de una isla caribeña y apareció tras larga y difícil travesía de años en la piscina de una casa en el Vallès. Al nuevo ambiente lo llamó El Jardín. Aparte de la piscina el lugar dispone de una empalizada de bambú, infestada de mosquitos, que lo protege del exterior catalanesco; de un bello acebuche que se ilumina en las noches del verano; de arbolitos frutales que van haciendo su vida caprichosa y de una amplia cama elástica donde es fama que las niñas desnudas raspaban en tiempos el cielo. El Jardín dispone, por así decirlo, de una prolongación a cubierto que incluye un porche y una amplia pieza acristalada convertida en estudio de pintor. El conjunto desprende la rara melancolía de los lugares donde pasaron muchas cosas. Pero se trata, en contra de las apariencias, de un sentimiento energético: el presente se esmera para estar a la altura del pasado. El Jardín ha concentrado las más variadas leyendas y una sola verdad, que es la escritura de Juan Abreu. No creo que haya demasiados ejemplos en la literatura española de una escritura tan libre.