Mientras seleccionaba cuidadosamente los mejores textos para esta compilación, he notado un interés recurrente, del que solo ahora tomo conciencia, separarme de los paradigmas ideológicos impuestos, mientras hacía catarsis a través de la obra de los artistas. Cada una de mis interpretaciones redundaba en el rechazo a las marchas combatientes, al control y la vigilancia, y a todo lo que oliera a la estandarización del comportamiento individual. Llegué incluso a acuñar el sintagma de la “paranoia cederista” para referirme a la censura infundada y absurda de los medios oficiales sobre los repertorios más creativos de la Isla. Mi desdén por la sospecha ridícula, castrante, y el fantasma soviético de la representatividad, se hicieron palpables. De ahí mi escorzo ante una valla anunciadora, la capital de las consignas. Por lo que muchos de los textos incluidos en este volumen rondan la tensión entre el arte y la política, lo cual no es nuevo, pues entiendo que el arte siempre se las ha ingeniado para desmontar sistemas, proponer salidas y mitigar silencios e injusticias.
El autor sitúa el análisis de los textos artísticos en su contexto histórico e interpela a través de ellos una realidad social compleja, que ha dejado huérfana de utopías a esa joven generación a la que pertenece.
Advierto este como el mejor de todos los títulos. Es, de por sí, una radiografía, un electrocardiograma, imagen rotunda que revela el estado de una nación, la itinerancia de una gran frustración.
Rubens Riol reúne las cinco grandes virtudes que debe tener un buen crítico de arte: 1) es dueño de una ética recia, innegociable;
2) posee un fuerte background proveniente dela historiografía y la teoría del arte;
3) sabe cómo interpretar en profundidad y con rigorlos objetos de estudio más complejos, justo porque tiene un ojo entrenado en el cual confía y descansa su labor crítica;
4) siempre va al grano y no adorna el discurso con palabras vacías;
5) maneja con destreza el humor y la ironía como recursos de seducción.