A principios del año 2009 recogí de la basura un ejemplar del periódico Juventud Rebelde y recorté media página: las Reflexiones del Compañero Fidel.
Eran los tiempos en que Fidel Castro colaboraba regularmente con la prensa (el sucedáneo de prensa nacional). Eran los tiempos en que yo siempre estaba recogiendo y recortando, recogiendo y recortando.
Guardando.
Todo tipo de cosas.
Nunca supe bien por qué o para qué lo hacía. Siempre confié en averiguarlo durante el proceso. Había algo desesperado ahí. Pero no era tanto la desesperación de vivir anclado en La Habana como de vivir en el interior de una memoria portátil.
En una Cuba distópica, como la que siempre narra Lage, los personajes (modelos con pseudónimos reguetoneros, vírgenes de la Caridad del Cobre robóticas, médiums que localizan fantasmas de agentes de la CIA o del G-2, travestis que quieren imponerse la heterosexualidad, gossipgirls o chivatazzis, es decir, mezclas de chivatas y paparazzis) escenifican la debacle de una civilización basada en la delación y el escarnio.
Archivo es una novela performativa: enuncia desde la corporalidad. Lage pone a gozar nuestro cuerpo disciplinado. En un mundo heterotópico se exhibe la fantasmagórica vida
de enseres, pacientes, vigilantes y bacterias. Debería existir únicamente este tipo de novela, tan excitante y triste como La Habana.
Un buen archivo tiene dosis inexactas de terror, diversión y discapacidad. El de Jorge Enrique Lage me hizo llamar al Rescue a las dos de la madrugada.