¡He escrito tanto sobre él, lo he estudiado tanto! ¡He llegado a sentir que hay más de Fidel en mí, que de mí misma! ¡Me persiguen por defender la libertad! Me dejaron entrar. En una habitación escasamente iluminada, Fidel estaba dormido. Lleno de agujas… aparatos… respiración artificial. Qué frágil me pareció entonces. Él era un cuerpo, una masa de carne y hueso… inmóvil. Caminé de un lado a otro durante un tiempo que pareció eterno. ¿Qué tiene este país? No tiene nada… lo tiene todo. La nueva Jerusalén.
Terminal (Editorial Hypermedia, 2020), libro con el que debuta en la narrativa la actriz y dramaturga cubana Lynn Cruz, es un relato cortante y apurado sobre los deseos humanos, un chorro de plomo ardiendo que detiene el paso del tiempo.
La novela transcurre en la sección de lista de espera de una terminal, donde el personaje central, una muchacha que va… ¿a provincias, a La Habana, al mundo? (¿o a ninguna parte?), traza los tejidos de las vidas que tiene a su alrededor.
“Se escribe para llenar vacíos”, dijo Mario Vargas Llosa. Lynn Cruz atraviesa su novela con cartas enviadas desde la nada (el exiliado) y hacia la nada (los padres, esa misma Cuba que lo expulsó al mundo). Uno de los vacíos que llenan los mismos narradores-personajes se vuelve a vaciar una y otra vez por medio de la memoria.